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La automoción y su papel estratégico en nuestra economía

Al empezar a redactar esta nota, nos preguntábamos si al título había que añadir, al final de éste, un signo de interrogación (?) o exclamación (!).

De exclamación para que arranquemos el año con la aprobación del PERTE, un ambicioso plan de ayudas públicas para el desarrollo del vehículo eléctrico y conectado. Invertir 2.975 millones de euros en el sector y asignar el primer PERTE a la automoción es, sin lugar a dudas, una apuesta de país.

Si leemos el proyecto del PERTE, llama poderosamente la atención el reconocimiento de la relevancia del sector de la automoción en la economía -destacando su efecto tractor-, al ser el segundo fabricante europeo de vehículos y el noveno en el ámbito mundial, además de representar el 11% de la cifra de negocios del total industrial y el destino del 80% de nuestra producción en la exportación. También que la ministra de Industria, Comercio y Turismo, Reyes Maroto, manifieste la apuesta por convertir nuestro país en líder de electromovilidad a escala europea, reforzando en su conjunto la cadena de valor y el tejido empresarial de la automoción.

Y es aquí cuando planteamos el otro signo: el del interrogante porque, cómo no, aplaudimos las ayudas, pero no puede quedar solo en eso. Es público y notorio que la crisis de semiconductores frena las ventas y la necesaria renovación de nuestro envejecido parque de vehículos. Y en este entorno de dificultad, subir los impuestos de matriculación y emisiones de CO₂ no ayuda.

Si realmente el sector de la automoción es una apuesta de país, una forma de hacerlo es facilitando las ventas locales y hacer crecer el 20% de vehículos que se quedan en nuestro país. Y no es así, porque no se promueve la venta de vehículos ni renovación del parque y, además, se penaliza de forma creciente la movilidad en vehículo a motor en sectores urbanos.

Todo esto lo decimos porque es obvio que, precisamente, lo que hace el sector de la automoción es producir vehículos a motor como solución de movilidad. Por eso cerramos este artículo con un interrogante: ¿tiene sentido una apuesta de país por fabricar nuevos vehículos y dificultar, a su vez, su uso?

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